La calidad del aire interior es una de las principales preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Frente a lo que se pudiera pensar, la calidad del interior de los edificios es entre un 2 y un 5% peor que la del exterior, una cifra que en ciertas sustancias puede llegar a un empeoramiento de hasta 100 veces. Teniendo en cuenta que en las ciudades de los países industrializados pasamos en torno al 80% del tiempo dentro de edificios y de espacios cerrados se puede entender la preocupación de la OMS.
Según este mismo organismo el 30% de los inmuebles, uno de cada tres, podría sufrir lo que han llamado el ‘Síndrome del edificio enfermo’, que se refleja en las malas condiciones de confort y salud que sufren sus ocupantes. Estas construcciones pueden provocar a sus inquilinos patologías que van desde enfermedades alérgicas o infecciosas y legionella hasta otras como tuberculosis o cáncer -por ejemplo en instalaciones con altos contenidos de radón-.
Fuente: Ambisalud
Esto se traduce en importantes pérdidas económicas para las empresas: la mala calidad del aire aumenta la tasa de absentismo hasta en un 5% y puede reducir la productividad de los trabajadores hasta en un 15%. Según datos de la Universidad Técnica de Dinamarca, esas cifras supondrían unas pérdidas de unos dos millones de euros al año para un edificio de 500 empleados.
Y eso si nos referimos a las consecuencia económicas, porque si nos centramos en la salud los datos de la Organización Mundial de la Salud son muy pesimistas: los expertos consideran que unas 5.000 personas mueren cada día en los países industrializados como consecuencia de la mala calidad ambiental.
Con esta contextualización se entiende mejor la importancia que ha adquirido la calidad del aire interior y el endurecimiento de las normas técnicas que la regulan. Se encargan de ello varias normas UNE, un conjunto de reglas tecnológicas creadas por los comités técnicos de normalización (CTN).
La última modificación del Reglamento de Instalaciones Térmicas de la Edificación (RITE), de 2013, habla del carácter obligatorio del estudio de calidad ambiental –UNE 171330– y de la revisión de la higiene de los conductos –UNE 100012– en los edificios que tengan instalada una potencia térmica superior a 70 kW (suelen ser de una superficie de entre 500 y 600 metros cuadrados). Esta actualización es importante ya que exige -no sólo aconseja- el cumplimiento de la norma UNE 171330 en instalaciones que superen esa cifra. Quedan excluidos de esta obligación los recintos destinados a uso industrial o agrícola.
Revisión de la norma UNE 171330-2 de 2014
La norma UNE 171330 -‘Calidad ambiental en interiores’- ha sido revisada por AENOR (Asociación Española de Normalización y Certificación) en 2014, con una nueva edición del texto que sustituye a la versión de 2009. Esta norma establece la metodología de la inspección de edificios e instalaciones urbanas de cara a la prevención de riesgos ambientales para la salud pública; especifica qué muestras de contaminantes del ambiente interior se deben tomar en las inspecciones, así como los métodos de análisis a seguir y los criterios de valoración; define los parámetros mínimos y los complementarios; y apunta los criterios de conformidad de la calidad ambiental en interiores de edificios.
Los estudios de calidad ambiental en interiores según la norma UNE 171330 incluyen la inspección de los sistemas de climatización, la revisión higiénica en unidades de tratamiento de aire y conductos y la determinación de contaminantes de origen químico o microbiano. También se miden factores físicos como la iluminación, el ruido, las cargas de electricidad estática, la presión o los campos electromagnéticos a los que están expuestos los ocupantes del edificio, aunque estos son parámetros complementarios, no obligatorios, y debe ser el técnico de salud ambiental quien determine la necesidad o no de medirlos -aunque esta decisión debe estar justificada-.
Entre los contaminantes de origen químico a controlar en espacios cerrados están el dióxido y el monóxido de carbono, las partículas en suspensión y los compuestos orgánicos volátiles, el ozono, el formaldehído, el amianto, el radón… También hay que vigilar la contaminación microbiológica -bacterias, hongos, alergenos…– y parámetros como la temperatura, la humedad relativa y la valoración del confort térmico.
Entre los agentes que determinan la calidad ambiental en interiores están factores de base como las estructuras, las instalaciones o los equipamientos y otros ocasionales como el mantenimiento.
La edición revisada de la norma UNE 171330, que sustituye a la 171330-2:2009, presenta modificaciones considerables respecto a algunos puntos relacionados con parámetros de control y valores permitidos, como las partículas en aire, o con estrategias de muestreo, como en el caso de los conductos de aire acondicionado.
También recoge cambios respecto a la valoración concreta de parámetros para definir los criterios de confort o de valor límite; se revisan a la baja algunos criterios de valoración de parámetros como la relación I/E para el dióxido de carbono; se incluyen parámetros de valoración para el porcentaje aceptable de partículas en el aire; y se establecen unos recuentos máximos y la necesidad de considerar la relación I/E en lo relativo a la biocontaminación.
Además, se establece la recomendación de incluir como medida correctora la higienización de los sistemas de climatización que no cumplan la norma UNE 100012 en la inspección, es decir, todos aquellos que sobrepasen los valores umbrales indicados en la misma. Esa normativa se centra en la inspección visual y la toma de muestras de polvo depositado para analizar en el laboratorio por gravimetría; así como en el estudio de placas microbiológicas para descartar la posible presencia de contaminación por hongos o bacterias.
Otra de las novedades de la edición de 2014 es la especificación de los criterios de calidad ambiental interior en «áreas críticas» en hospitales y centros sanitarios, recogidos en la norma UNE 173040 -‘Validación y cualificación de salas de ambiente controlado en hospitales’-.
En un edificio donde la mayoría de la gente acude como consecuencia de padecer algún tipo de enfermedad es lógico que los controles necesarios tengan que ser mucho más estrictos. Un dato: alrededor del 7% de las personas que ingresan en un centro de atención sanitaria desarrollan una enfermedad que no tenían previamente, lo que se conoce como infección nosocomial o intrahospitalaria. El gasto económico que estas infecciones suponen para las arcas del estado en España llega hasta los 4.000 millones de euros de sobrecoste sanitario.
Pero más allá de considerar el cumplimiento de estas normas, en concreto de la ya obligatoria UNE 171330, como una exigencia legislativa hay que plantearlo como una herramienta que va a aportar beneficios, tanto sanitarios como económicos, a los miembros de la plantilla, desde cuestiones intangibles como proporcionar bienestar y confort a los trabajadores y a los usuarios de las instalaciones en general, disminuir la posibilidad de la aparición de riesgos para la salud y la seguridad de los empleados o mejorar el ambiente en la oficina, hasta disminuir la tasa de absentismo y las bajas por enfermedad, aumentar la capacidad de rendimiento en los trabajadores y, por tanto, incrementar la productividad del negocio y los beneficios de la empresa.